El espíritu joven de los rafaleños fue el encargado de impulsar la creación de una nueva cofradía. Si un grupo de jóvenes, para acompañar al “paso” de la “Virgen de los Dolores”, reflejaron su ánimo en la figura del discípulo amado a quien, al pie de la Cruz, Jesús encomendó a su Madre, en el grupo que nos ocupa los ánimos se encaminaron más por la vía del sentido doloroso de la Muerte de Jesucristo.
Por el año 1953, Manuel Grau, Mariano, Enrique Mirete, José Salinas Seva, Antonio Morante Mirete, Francisco Bernabeu Lizardo, Blas Mula Martínez, Francisco Herrero Hurtado, Gabriel Gutiérrez Parres, Joaquín Gómez Lizardo, Montserrate Ferrández Martí y José Bertomeu Soriano, decidieron formar una cofradía para tomar parte y recuperar las procesiones de la Semana Santa rafaleña. Inspirados por la devoción que la madre de Antonio Morante, la “tía Manuela”, profesaba a la imagen del “Santo Cristo Yacente”, optaron por adquirir la imagen de un sepulcro. Desde las primeras fechas acordaron reunirse en el taller de carpintería de los oficiales, familia a la que pertenecía Antonio Morante, tenían frente a la calle de la Cruz, muy cerca de la iglesia.
Con el pago de 5 pesetas semanales decidieron, al año siguiente, viajar hasta Valencia, y en el taller escultórico del imaginario Vicente Rodilla Zanón, adquirir la imagen de un Santo Sepulcro, todo tallado en madera, que el escultor tenía preparada para enviar a una parroquia peruana. Su precio fue de 12.000 pesetas, y el traslado hasta Rafal se realizó sobre un coche sin vaca de transporte, atado con cuerdas sujetas desde las ventanillas.
Una vez en Rafal, se guardó en el almacén del “Cosio”, en el Calvario, hasta su traslado a la iglesia para ser bendecida y convertirse desde ese mismo instante en un punto de referencia de la Semana Santa por su magnificencia escultórica y por la seriedad de su desfilar.
A partir del año 1954, en la noche de Sábado Santo, procesiona la “Cofradía del Santo Sepulcro”, con su imagen de “Cristo Yacente” reflejando en la desnudez de su cuerpo el último aliento de la vida terrena, escoltada por los penitentes con sus trajes negros y los cirios que derraman su cera a modo de lágrimas de aflicción a lo largo del “Santo Entierro”.
Dos años más tarde confeccionaba un estandarte con la imagen del titular bordada en hilo de oro, obra de artesanía que da valor al ya de por sí rico patrimonio de la cofradía.
Claro esta que la cuota de 5 pesetas no podía dar para mucho con el paso del tiempo, pero tampoco los recursos personales experimentando grandes progresos. Por ello, la cofradía decidió sacar su vena artística y formar también un grupo teatral que con sus interpretaciones pudiera recabar fondos para mantener el creciente ritmo de evolución de los gastos procesionales. Su repertorio abarcaba desde comedias ligeras y costumbristas como “El Padre Pitillo” de Carlos Arniches y “Anacleto se divorcia” de Pedro Muñoz Seca, hasta el drama “Tierra Baja” de D. Ángel Grimera. Eran años en que en Rafal se podía hablar de una verdadera temporada teatral, donde las actuaciones del “Sepulcro” alternaban en el escenario con las de “San Juan” y las gentes se dividían en partidarios de unos u otros.
Hasta la fecha, la imagen se ha visto restaurada en una ocasión, pues el tiempo iba haciendo mella en ella y la almohadilla y los pies comenzaban a resquebrajarse. La tarea de restauración fue llevada a cabo por el pintor de la vecina localidad de San Bartolomé, D. Manuel Fuentes.
Hoy procesiona en un sencillo trono realizado por Antonio Morante, que deja ver el cuerpo de Jesucristo tenso ante la fría muerte y sobrecogido por el padecimiento de su martirio.
[su_custom_gallery source=”media: 29076″ link=”lightbox” width=”200″ height=”200″ title=”always”]